Una vez sabiendo que íbamos a Nápoles nos surgió la eterna pregunta… ¿Pompeya o Herculano? ¿Herculano o Pompeya? Unos pocos nos aconsejaban Herculano aunque la mayoría nos aconsejaban Pompeya. Haciendo caso al clamor popular y al hecho de que Pompeya será más famosa por algo decidimos ir a Pompeya y, aunque si bien es cierto que no podré opinar sobre Herculano que se ha quedado como una asignatura pendiente, la experiencia de Pompeya fue realmente fantástica.
Antes de nada decir que durante el camino a Pompeya impactó y mucho la presencia de un coloso tan peligroso como es el Vesubio que en todo momento nos mira más que dar la bienvenida para avisarnos que sigue ahí y que podría despertar en cualquier momento pues, no olvidemos que es de los volcanes más activos y peligrosos de Europa Occidental.
En su haber cuenta con miles de muertes aunque no se sepa cifra «oficial» pero el hecho de descubrir 1500 cuerpos en la erupción del 79 con una estimación de 3.600 fallecidos, 3.500 muertos más en la de 1631 o la de 1944 en plena guerra mundial en la que, por suerte la población pudo ser evacuada y tan solo se sufrieron pérdidas materiales como 88 bombarderos norteamericanos de las fuerzas aliadas muestran el potencial de un volcán como este que, por orden de erupciones pronto podría despertar de nuevo a la vida.
Esto es lo primero que llama la atención, el hecho de que sea un lugar tan poblado pese a existir un volcán tan activo y con tantas muertes a sus espaldas. (3.000.000 de habitantes en su proximidad a día de hoy)
Con un testigo como este en todo momento, la visita a Pompeya adquiere otra dimensión mezclando el pasado con lo actual y recordándonos que algo así podría repetirse, ahora bien, los sistemas de monitorización y sondeo del Vesubio son realmente espectaculares con un tiempo de actuación de hasta una semana antes de una posible erupción.
Al entrar en Pompeya te das cuenta que era una enorme metrópolis y no solo por su tamaño sino por su arquitectura, sus calles hasta el punto de estar casi viviendo el día cotidiano que podría haber en una ciudad tan comercial como popular y habitada como era ésta.
Calles repletas de comercios donde podíamos encontrar desde las clásicas panaderías hasta fast-foods y comida precocinada para aquellos que tenían prisa, zonas para vehículos y carros y zonas peatonales y como nació y se originó el paso de peatones que conocemos hoy en día.
Aspectos como la existencia de carteles con propaganda electoral, casas de placer, saunas mixtas o restaurantes enseñan como mucho de lo que hay hoy en día no es nada nuevo, ni de hace dos siglos pero, aparte de los avances que se pueden observar en Pompeya como estos o la existencia de instalaciones de fontanería con tuberías o el alcantarillado tan parecido a lo que tenemos hoy en nuestras calles, lo más popular y conocido es la desgracia que hizo sucumbir la ciudad, la erupción del Vesubio.
Lejos de la creencia popular, la mayoría de fallecidos no fueron calcinados por el magma sino envenenados por los gases y vapores tóxicos que fueron expulsados por el volcán y la prueba más fiel de ello es la conservación de la ciudad dado que en caso de haber sido inundada por el magma, no habrían quedado figuras de bronce ni se habrían conservado las magníficas pinturas o mosaicos que pueden disfrutarse en las casas de las clases más altas de la sociedad de aquella época.
También, por esta razón la mayoría de víctimas que se pueden dislumbrar en la ciudad llevan la señal del cinturón de esclavos, posiblemente esclavos que fueron mandados de vuelta a la ciudad demasiado pronto para coger las pertenencias o bienes de los más adinerados.
Hombres, mujeres, mujeres embarazadas o animales calcinados son testigos mudos de lo que sucedió en el año 79 después de Cristo. Pompeya es una prueba real, bien conservada y fehaciente de lo que allí aconteció y podría volver a ocurrir con un gigante como es el Vesubio.
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