En un día, oscuro y frío, un tiempo con el que hoy me sentía completamente identificado quería dedicar gran parte del día en un lugar que pudiera reflexionar, sentir, pensar y he decidido ir al rompeolas del Dique del Oeste y es desde ahí mismo en el que estoy escribiendo este post.
Sentado, acurrucado, pensativo y cabizbajo observo como las olas golpean sin cesar el rompeolas y este, impasible se va dejando y dejando. Siento como el rompeolas me está mostrando una lección importante y tan solo debo escuchar y pensar sobre esta. Las olas no cesan y, cuando parece que lo hacen vuelven a arreciar con violencia y estruendo en un día realmente frío y cayendo gotas ocasionales de agua helada sobre mi chubasquero mientras pienso, algo que en el fondo me mantiene despierto y pensativo. Olas que no salen ganando, tan solo quieren golpear y golpear, dañar y desgastar y no voluntariamente sino porque por naturaleza son así, así nacieron y así morirán, del mismo modo que el rompeolas fue puesto ahí por tal motivo y no podrá cambiar para evitar que sea golpeado una vez tras otra.
De Mias |
Siempre he visitado este Dique habiendo formado parte de momentos emotivos y claves en mi vida y de nuevo, vuelva significar algo pero bien distinto a todo lo anterior. Bien el dique podría haber sido uno de esos barcos que siguen su camino aprovechándose del agua dejando que les lleven e ir avanzando, bien podría ser un peatón que va por el dique paseando y cavilando mientras lo pisa, bien podría ser la Bahía de Palma escondida tras el y resguardada del temporal… pero no, tenía que ser el dique, el peor parado de todos. Un dique que, irreflexivo intenta ser fiel, leal, honesto, sincero cuando se da cuenta que en este mundo caótico, son palabras obsoletas, abandonadas, sin ningún tipo de sentido o significado, sin relevancia ni consecuencia alguna viendo como con los años va desgastándose, se siente olvidado, abandonado y utilizado. Los únicos sinónimos que se me ocurren a palabras como lealtad, honor, estima, valor, sinceridad… es idiotez, estupidez, gilipollez, utópico y soñador enfermizo, trozo de roca cuya alma hace tiempo se fue y se murió.
Escupida tras otra, bofetón tras otro o mejor dicho, ola tras ola resistiendo, desgastando y muriendo tras la tempestad de la maldad, el olvido y la desidia, la envidia y el egoismo que envuelve de oscuridad y frío todo aquello por lo que pasa, por donde se acerca y con múltiples facetas, a veces como ola que la ves venir y sabes que impactará aunque, estas son las previsibles y las menos dañinas, la peor ola es la que no ves llegar, la que jamás esperas que se vuelque contra tí, directa o indirectamente, voluntaria o involuntariamente. El dique se vuelve desconfiado, paranoico pero no puede, no quiere volverse antisocial, antitodo, odiar por naturaleza pues entonces el dique se volvería ola.
Canalizar toda esa energía negativa procedente del mar y reorientarla de alguna manera para sacar un provecho positivo, para mostrar lo bueno y no maltastar tanta energía en dañar y en maldad sino en luz y esperanza, en fuerza y coraje pero… no se como decirle al dique como hacer tal cosa, como positivizar esa energía, aunque, tal y como lo veo… aunque vuelva a ser utópico, lo suyo sería que el dique se moviera, se levantara, mirara con desidia y pena a su alrededor y enseñara el dedo corazón a todo aquello que se ha aprovechado de el y desaparecer para que, entonces, todo y todos aquellos que se aprovecharon de el, que lo burlaron, que lo pisaron o que lo golpearon se dieran cuenta que estaba ahí por una razón, una importante y sencilla razón que muy pocos tuvieron en cuenta.
Vete, dique, vete….